Primera Entrada

Aún llueve afuera; es una lluvia gentil y distraída. Me gustaría salir y mojarme un poco, encender un cigarrillo con el aire aún frío y húmedo, y sentir con los pies desnudos el asfalto. Imagino el sonido que hago al inhalar el humo, luego el silencio y, al final, el alivio. ¿Por qué no salgo, en lugar de contemplarlo todo desde la soledad letárgica de mi cuarto? Porque soy un cobarde; fácil.

En mi defensa debo decir que escucho a Pink Floyd y no estoy seguro de si me quedan o no cigarrillos. Esto que hago es terapéutico, o debería serlo. Mi psiquiatra me ha dicho que escriba cuando me sienta mal. Por desgracia no siempre que me abate la enfermedad puedo refugiarme aquí; se necesita cierto tipo de tristeza, de esa familiar y añeja, para poder escuchar la lluvia desde esta ventana.

No tengo una historia que contar, aunque quizá al final se me ocurra alguna. De esa manera podré decir que esto no era más que lo que la narrativa necesitaba y así intentaré convencerme de que no estoy tan mal. Shine on you, Crazy Diamond, es la canción, es la cuarta vez que la repito. Pensar en la historia de esta pieza tan particular y en cómo está dedicada a Syd Barrett a forma de adiós melancólico, así como el contexto del disco en general, me hace sentir un poco mejor; es mi historia, siempre he dicho.

Es verdad que hay una relación entre la enfermedad mental y el genio artístico o en general intelectual, al menos en la imaginación del colectivo. Como el intento de científico que alguna vez fui, puedo decir que las relaciones no son tan sencillas de establecer. Sí, hay una tendencia de los artistas a padecer una enfermedad mental, pero eso no significa que una implique a la otra. Quiero decir, sin embargo, que existe cierto placer en personificar el cliché de genio atormentado y a ello atribuirle los fracasos y la apatía; que llevando una arquetípica y estúpida vida de bohemio, pretendo llegar a ser un buen escritor. Esa es la base. No debe hablarse de la práctica o de la lectura, a mí el mote de escritor me lo concedió la química cerebral.

Que, ¿ahora por qué he venido?, me preguntarían los clientes de esta cantina a la que llamamos nostalgia. Somos siempre los mismos los que quedamos a esta hora; despiertos a las 4 de la mañana jugando billar y dominó. Me imagino la escena, porque también diré que soy cineasta: una tenue luz roja bañando las mesas de plástico percudido, y ese aroma a tierra y despoblado. La música que cada quien escucha es distinta pero cumple el mismo propósito, así como el trago de cada uno; cada quién elige el veneno que ha de matarle.

Por ella, respondería esta vez. Hoy si hay una razón concreta y dura. No, no es la misma ella de hace un par de semanas, tampoco es la de hace dos noches. Puede resultar un poco irónico quizá, ¿cómo pueden doler de maneras tan distintas todas ellas? ¿A caso es real este sentimiento? ¿Tiene algún valor? Sí. No me duelen ellas, me duelo yo. Así es, duelo; un duelo entre la vida y yo.

No importa decir cómo la conocí, o qué tipo de relación llevamos. Importa decir que estoy convencido de que tiene a alguien más. ¿Que cómo me convencí de ello? De un momento a otro dejó de hablarme. Me siento una especie de Swann con una especie de Odette, en todo el sentido de la comparación vulgar. También comprendo que aún si esta mujer estuviera completamente entregada a mí, tampoco sería suficiente. Disfruto mucho más de este estado de alteración emocional que de una relación perfecta. La tristeza es también una adicción.

Sí, también soy un alcohólico, como dos terceras partes de la población mundial, pero mi verdadera adicción es a la tristeza. No imagino una vida sin ella, no sabría cómo manejar la felicidad; estoy convencido de que no existe. ¿De qué me ha servido todo esto? De nada. Como diría el psiquiatra, soy una máquina descompuesta. Peor aún, soy una máquina a la que le gusta estar descompuesta. Hay toda una visión filosófica detrás de ello; existencialismo con toques de cualquier otra porquería. ¿Qué importa eso?

Quizá me decida finalmente a escribir como me lo han recomendado, tal vez en un par de días vuelvan a internarme en el hospital psiquiátrico, o confronte a esta mujer; nada de lo anterior cambiará la situación. Un día saldré del internamiento, habrá otra mujer de la cual dudar y razones para pensar que, a pesar de que se supone que esto que escribo es exclusivamente para uso terapéutico, cualquiera que lea esto pensará que es un pedazo de mierda. ¿Por qué no termino con todo de una vez y me hago el regalo de la muerte? Lo he intentado, pero digamos que la respuesta es la misma con la que comencé a escribir; porque soy un cobarde, fácil.

Encenderé la luz y buscaré en medio de la marea de ropa si queda algún cigarrillo. Sí, saldré y le pediré al Dios en el que no creo que me dé una neumonía.

Hay un cigarrillo.

Está roto.

Memoria

No sé

Si seas tú

O sea esta soledad;

Maldita.

Ha tomado

Tu forma, y

Tu cuerpo,

Este fantasma.

Que me recorre

En las noches,

Y me mantiene despierto,

encerrado en la locura.

Tortura,

Pequeña,

entre las sabanas

Te mueves.

Y me pinchas

Entre sueños.

Ahí donde más

Me duele.

No sé

Si seas tú

O sea esta soledad;

Maldita.

Maldita tú,

Maldita ella,

Maldita sea.

Toma dos

Toma dos,

gritaron corte.

Inesperado.

Al parecer alguno

de los dos,

dio un verso

o un paso equivocado.

Toma dos,

se nos olvida,

el guión improvisado.

Pero esa escena

que con pincel fluía

cual encuadre de Tarkovsky,

no será jamás la misma.

Toma dos,

que se repita.

Imposible, llora el filme.

Ya no hay película,

se fueron ya los actores.

La cámara mira a otra escena,

a otras promesas el sonidista.

Toma dos,

ya no hay historia,

ni público.

Tomados

de las manos;

y tomados

de recuerdos,

al menos así

nos quedamos.

B

El sol naranja

Sonroja tu piel de arena,

Con la sonrisa de

Tu espuma blanca.

Yo soy solo un perro

Que te toma

Un poco de sombra

Bajo el árbol de tus ojos.

Mójame los labios

Con la brisa

De tu pelo largo

Y lléname

De cielo y tierra

Con tus pies pequeños

Llenos de futuro.

Regálame

Tu palíndromo,

Y llámame

Cuando te plazca.

Que ese nombre

Tuyo, emana

Y quiero ser parte

De su final que es el principio.

La mujer del pintor

Despierto de nuevo con el corazón galopándome como un tambor, la respiración cortada y jadeante como un perro. Me despertó un pinchazo en las costillas, o en medio del estómago, da igual; enciendo la computadora en medio del cuarto oscuro y a la par un cigarrillo. Siempre escribo de lo mismo, ¿de qué más podría escribir? Mujeres. Siempre en plural.

He hablado esta noche de dibujar a una mujer, lo he hablado con ella. Nunca la han dibujado desnuda; yo no sé dibujar. El corazón galopante como un tambor que llama a la guerra, y las manos temblorosas como de anciano enfermo. ¿Cómo podría escribir de otra cosa? Esa es mi obsesión, las mujeres. Hoy escribo pensando en tres; por la que no podía dormir, la que me ha despertado y la que no deja de dar vueltas en mi mente. Me gustaría morir siendo homosexual.

Mi homosexualidad sería en ese caso la expresión más artística y fiel de la demencia a la que me inducen las mujeres; como el que se hace célibe porque no puede dejar el sexo. En este momento trato de idear una historia de un pintor con mis defectos, que termina muriendo abrazado de un muchacho y pasa a la historia como homosexual. Mujeres mayores… en su mayoría; pero también pequeñas.

Es media noche, despierta con la boca reseca y en los labios el sabor amargo del cigarro que fumó antes de dormir. Fumar le llena de asco, beber le llena de asco; su vida le llena de asco. En la cama hay un chico muerto. ¿Cómo llegaron a esto? El estudio va y viene, meciéndose con la luz de las calles. El ventanal le pisa el cabello y las pinturas regadas parecen ahora tan sólo pedazos de tela que fue quitándose mientras se desvestía, dejándolas en el suelo como ropa sucia que jamás quisiera volverse a poner. 

La idea de un pintor meticuloso que tarda años en pintar un simple óleo y que una vez que lo ha terminado no quiere volver a saber de él. Le es ingrato a su obra, ¿su obra? La única manera de desahogar el veneno que le carcome como ácido. Casi todo es sobre lo mismo; una mujer, semidesnuda o desnuda, dándole la espalda, escondiendo el rostro, un rostro que no tiene.

Siempre ha estado sólo y callado. Nunca llevó la vida decadente que se esperaba de él. Hoy sin embargo hay un chicho muerto en el baño. En el baño, en la cama, en el estudio, ¿qué importa dónde esté? ¿Qué importa que esté muerto? A la crítica le gusta su pintura porque parece natural, a pesar de que cada imperfección está medida. Le preguntan porqué la mujer que siempre pinta no tiene rostro, responde que a él también le gustaría saberlo. Después de hoy, todos tendrán una respuesta. 

Abre el refrigerador y saca una cerveza, hay un chico muerto en el estudio. No sólo está muerto, está desnudo. Siendo sinceros es bastante atractivo; delgado y pálido como la cera, un rostro que puede confundir, que oscila como la llama entre una feminidad cazadora y un detalle viril sobre la punta de la nariz y en la comisura de los labios; se ha acostado con mujeres más feas. 

Alguna vez me he preguntado si sentir tanto por diferentes mujeres al mismo tiempo era válido o inclusive real. La verdad es que siempre me ha roído una soledad muy profunda, tan profunda que sólo puede llenarse con una mujer de cien rostros, de mil; de ninguno… La idea de una mujer con las imperfecciones puestas sobre un diseño armonizado. Cuando pienso entonces en Huzac, a quien a penas conozco, y la pienso con una pasión dulce y abrasadora, una vida avasalladora y eléctrica, no siento que pueda anhelar algo más que a ella. Luego me despierta punzante el recuerdo angustioso de cuando dejé a Santa por otra; ni siquiera siendo capaz de serle infiel, confesándome como un niño arrepentido. Solíamos estar tristes juntos y ser felices con una felicidad cómplice y compartida, un poco apiadándonos del mundo que no nos entendía.

Le gustaron las mujeres imperfectas, como las pinturas; rotas y descascaradas de algunas partes, estriadas por las piernas y los senos, con los dientes un poco chuecos o los ojos desencajados; feas… reales. Siempre fue discreto y como no podía apegarse a una en particular, nunca estuvo con alguna por mucho tiempo. Con el encendedor abre la cerveza y después la ventana, a la ciudad se la come un calor desesperado. 

El cuerpo del chico yace desnudo e inmóvil sobre el colchón con las sábanas revueltas. Sobre el bastidor está la última de sus pinturas, la primera vez que la pinta de frente, y en lugar de rostro le ha puesto un trozo de espejo ovalado, lo demás lo ha dejado delineado en negro, con el color cremoso de la tela aferrándose a la piel de la mujer. Esa mujer lo es todo, incluso él, incluso yo. 

He hablado con Ingrid sobre dibujarla desnuda. Me ha preguntado si sé dibujar. Dije que sí, que siempre dibujaba lo mismo y me pidió que la dibujara desnuda y de frente. Si supiera dibujar y el trabajo quedara como lo imaginé, sería un gran dibujo. A Ingrid la quise como un loco cuando la conocí; me hacía sentir navajas bajando por la garganta hasta la pelvis, y luego agua helada cayendo por el mismo camino. Ella lo sabe, alguna vez se lo dije llorando, mientras le decía que no podía estar con ella y ella no entendía porqué. En ese entonces, y en casi todos los entonces, estaba con Santa. A pesar de mi obsesión por las mujeres jamás le fui infiel.

Se quitó la camiseta y el pantalón y se sentó en un banquillo frente al ventanal. Esa vista siempre le había dado vértigo, uno de los pisos más altos de la ciudad; lo mataba de miedo, lo mantenía despierto. ¿Qué hacer con la ansiedad? Encendió otro cigarrillo. 

No sé si podré dormir en toda la noche. Hoy fue un día ocupado y estaba cansado cuando me acosté, a pesar de eso ni un gramo de sueño. En cambio estoy aquí sentado escribiendo sobre lo que me cruza la mente, intentando despejarme de tantas mujeres y cuando lo logro, sintiéndome solo, tan solo como un tubérculo bajo la tierra; con el corazón latiendo como un tambor en medio de un desfile fúnebre. Recuerdo a una de mis tantos psiquiatras, nos tenía enamorados a todos, alta y delgada, pelo corto, rubia y ojos verdes; la doctora Padilla. Alguna vez me preguntó por mis obsesiones y no supe responder, no me parecían tantas, de hecho pensaba no tener alguna.

La muerte es mujer, quizá pintaba sobre la muerte.

En todas mis historias hay al menos un muerto, muerte y mujeres, ¿no sabes escribir de otra cosa? Varias veces me lo he preguntado. Al final todo es lo mismo; la metáfora del miedo. Ahora me viene a la mente otra mujer. Fernanda me liberó del castigo que me impuse por querer a Ingrid, para después dejar caer sobre mí un castigo peor, el del rechazo. Después, digamos un año o dos, volví a encontrarla, casada y con un bebé, danzando tímidamente sobre la posibilidad de ofrecerme una relación si lo de su matrimonio fallaba y yo lograba querer al niño. ¿Cómo no iba a quererlo? Era un niño.

Termina con la cerveza e intenta poner la botella vacía en la mesa, tiene las manos entumidas y los dedos tiesos como un muerto. Se pregunta si el chico estará ya rígido y frío. La botella se resbala por la orilla y cae. Cuando se rompe contra el suelo le hace darse cuenta que estaba en silencio. Por un momento disfruta del ruido que lo llena todo, por un minuto es la botella crujiendo y desintegrándose parte por parte. Lo tiene todo, todo lo que podría desearse, entonces, ¿por qué se siente tan miserable? Un impulso eléctrico lo hace mirar sus pinturas viejas. 

No estoy seguro siquiera de que Huzac sea heterosexual, o de que, siendo la niña que es, vaya a fijarse en un viejo como yo. Si ella lo hiciera no sabría qué hacer, a esta distancia todo parece perfecto. Recuerdo que Santa no respondió a mis mensajes… le escribiré uno a Huzac, le diré que no puedo dormir, que me ayuda pensar que ella me leerá cuando despierte, que a veces escribo y que le he escrito un par de cosas. ¡Qué vergüenza! Va a decir que estás obsesionado. Estoy desesperado; desesperado y ansioso. Si estuviera ebrio o medicado ya le habría escrito.

Quizá siempre tuvo miedo de no ser suficiente para ninguna mujer, de que el rostro que quería dibujarle no quedara perfecto con el resto de la composición. A veces pasamos por alto las cosas más obvias y evidentes. Tiene el cuerpo lleno de cicatrices, no sólo el cuerpo. Le faltó que lo amaran. Esa hubiera sido la mujer perfecta, la que lo amara. ¿Qué va a hacer con el muchacho muerto? También queda lo de la ansiedad. Las cosas que en verdad importan nunca supo cómo resolverlas. Quizá debía dejar la pintura, como había dejado todo lo demás en su vida. Retirarse ahora con una última obra, en el auge de su carrera, dedicarse a escribir o algo menos desgastante. 

¡Nunca he sido una serpiente y aún así escribo sobre lo que sería ser una serpiente! Eso me lo dijo alguna vez un amigo, me dijo que escribiera sobre algo que no fuera yo. Ese día no quise decirle que se equivocaba, que jamás podría escribir sobre lo que es ser una serpiente. Uno puede imaginarse mil cosas, pero siempre imagina lo mismo; la metáfora del miedo. Uno le teme a lo que no conoce, y, ¿qué es aquello que no conoce? Lo único que pudo conocer en su vida; él mismo.

Soma. Si existiera el soma tomaría un par de gramos ahora. Mientras tanto se conforma con el alcohol que le quedaba a esa última cerveza. No puede moverse del banquillo, por fin se ha dado cuenta de que esa mujer no tiene rostro porque tiene todos los rostros, de todas las mujeres, de todos los hombres; el suyo. La critica dirá, después de lo que pase hoy, que fue un homosexual al que le dio miedo admitirlo y que la mujer sin rostro que pintaba era su reflexión, lo que siempre quiso ser y como se imaginaba realmente. Su última pintura, con el rostro de espejo, hará parecer que tienen razón, pero las pinturas no hablan, ni conocen más que las plastas de color que yacen, encimándose en una orgía, sobre el lienzo. 

Ya estoy cansado y me duele la espalda.

Con la mirada pegada al suelo encuentra también la solución para todo. El suelo está frío, el vidrio está frío y le quema los brazos. Le brota lava de las venas. El chico aún está caliente. Desnudo se tiende sobre las sábanas y con su último aliento piensa: “Que esto lo pinte un surrealista”. 

Eso es lo que hace uno cuando está cansado, mata a sus personajes; se mata. Apaga las luces y se sienta media hora más a pensar en que quizá mañana sea un mejor día porque estará medio borracho. Bueno, uno no piensa nada de eso, yo lo pienso. El corazón ahora silente, como la muerte.

Beatriz

Estoy escuchando la canción que siempre me recuerda a ella; una especie de invocación onírica; Almost Blue, de Chet Baker. Ese es el sabor que deben tener sus piernas, o sus labios. La primera vez que la vi su sonrisa infantil y sus ojos enflorecidos me cautivaron. Esa noche cabalgamos juntos el acero y sentía sus piernas acariciar las mías, sus pechos apretados contra mis hombros, sus brazos amarrándome el vientre, y su sexo, su sexo besando mi espalda.

La ciudad estaba quieta, no dormía, observaba. Con sus calles llenas de hojas secas y las estrellas atrapadas al cemento por farolas; acababa de anochecer. Beatriz y yo habíamos sido amigos por años, ella había tenido parejas y yo también, pero ese día había sido diferente. Hablamos del futuro, de casarnos para conseguir una beca, de las ganas individuales de tener un hijo. Me hizo pensar, me hizo estar casi triste por el futuro que entre nosotros jamás habría de gestarse. Ese día ganamos un viaje a alguna playa que no recuerdo, para dos. Resultó ser un fraude, pero un fraude que nos implantó una idea. Le pedí que nos fuéramos, ella y yo solos, a algún lado; una semana, que hiciéramos ese viaje… Ella dijo que sí. Lo prometimos.

Íbamos hacia ningún lado en la motocicleta, aumentando la velocidad cada que el camino lo permitía. Sentir esa adrenalina le gustaba, a mí, sentir como se apretaba más a mí. La imaginé mojada, pero no con morbo, como esos besos sutiles en la mejilla que al final te dejan una brisa de saliva. Le prometí enseñarla a andar en moto algún día, antes de que volviera a Sinaloa.

Cada año desde que la conozco le he dado alguna clase de regalo. El último se lo di cuando estuvimos en Zacatecas, un par de libros que sabía que no leería. En ese viaje me di cuenta que la quería, más allá de lo que había creído quererla. Ella volvía de Europa y ya no era la misma niña inocente de cuando la conocí; había crecido y hasta puede decirse que envejecido. Ahora teníamos la misma edad. Se había encontrado de cara con la vida y eso le había causado depresión. Por aquellos días yo atravesaba una crisis, de esas que me son comunes y dan tanta lástima; así que estábamos también en el mismo terreno.

Bebimos, fumamos, ella conmigo su primer cigarrillo. Me hubiera gustado decirle lo poético que se veía el humo acariciar el aire, saliendo de sus largos dedos y sus uñas mal pintadas, o lo sensual de su gran boca, pintada de morado, chupando el cigarrillo. Uno de esos días dormimos juntos, ella en su cama y yo en la mía, pero en el mismo cuarto. No recuerdo haber hecho algo tan bello y sincero como eso: un hotel, un par de amigos ebrios y tan sólo el silencio de la noche, tan sólo despertar de vez en cuando a cuidar su sueño, despertarla por la mañana e irme.

Ahí también fue cuando lo supe. Nada pasaría jamás entre ella y yo, ni aunque pudieran darse roces e insinuaciones; aquel vapor no podría volverse sólido mientras estuviera con vida. Dejamos Zacatecas y la olvidé por un momento. Claro, que me viene a la mente cada que me siento casi triste, cada que escucho jazz; el jazz es suyo… ella es el jazz.

El baterista le acaricia las piernas con las escobillas y susurra en forma de tenues remates o golpecitos de tarola. El pianista, ese hijo de puta, la toma de la cabeza y le acaricia el cabello, le habla al oido, pero jamás la besa. Ese el trabajo de la trompeta o el saxofón; esos los toca ella, a través de una catarsis los labios del trompetista se convierten en los suyos y ella besa cada nota que sale a posarse en nuestros cuellos deseosos de sus labios de jazz. Ella es el jazz, ella y sus ojos, que cierra mientras canta para no distraernos y que nos enfoquemos en su voz.

Esa noche sin embargo, se terminó la gasolina de la motocicleta, de tan absortos que estábamos en el viaje. La dejamos en una calle que nos pareció segura y caminamos en medio de la noche. Estábamos perdidos en la Merced, caminando hacia Tepito, entre prostitutas y ratas, vagabundos y drogadictos. Marco, dijo, tengo miedo. Tomé su mano y la apreté suavemente para darle seguridad. Mientras estuviera conmigo nada habría de pasarle. Recordé una vez que, ebrios también, y cazando a la misma chica, bailamos juntos. Bailar, le dije, es como hacer el amor, tiene que ser natural y fluido y sentirse como el cielo. Su mirada fue de desconcierto, luego una sonrisa y luego volvimos a beber.

Después de atravesar sanos y salvos la antesala del infierno, llegamos al metro. Iba a llevarla a su casa. El camino fue corto, el metro estaba vacío. Le dije que no quería irme y dimos otra vuelta por toda la linea. Finalmente estábamos frente a la puerta de su casa, como en miles de películas, con ella jugando con las llaves, yo haciéndola reír con unos últimos chistes y mirándola a los ojos. Se despidió de beso en la mejilla y un abrazo.

– Beatriz, me gustas- se quedó callada y abrió la puerta.- En serio, me gustas mucho, me gustas y te deseo.

– Lo sé- dijo volviéndose hacia mí y tocando mi hombro.- Descansa y gracias por todo.

Me quedé aún unos momentos después de que cerrara la puerta, la escuchara subir las escaleras y el chirrido de la madera. Es la misma Beatriz de Dante, pensé, y me senté en la banqueta, saqué un cigarrillo, y puse Almost Blue. 

Primer borrador del manifiesto del Nihidealismo Mexicano, o, en el ombligo de la Puta

Primer manifiesto del Nihidealismo Mexicano

O

En el ombligo de la Puta

Éste no es un manifiesto. No busca serlo. No busca ser; no es y no busca, pero aquí está; como surge de pronto una flatulencia largo contenida en medio de una reunión importante, para que todos la contemplen, la huelan y puedan deleitarse con el asco que produce. Tenemos mucho que decir, pero no tenemos por qué decirlo, ni para qué. Lo diremos, sin embargo, por una especie de relajación estomacal; por la simpleza de hacerlo. Hemos aguantado y apretado las sienes y los labios ya por mucho tiempo y no tenemos ganas de cagarnos encima; hoy no.

Hablaremos aquí en un plural mayestático absurdo e imperativo, en ocasiones, o en primera persona del singular (imbécil), que somos. Al referirnos al nos, nos referimos a cada uno de nosotros hablando de manera individual, acompañado de su pretencioso ego. Aquí hay un nosotros, que soy yo y mi hambre de parir como ramera un movimiento al que no sé si podré alimentar y ver crecer, y que claramente no irá a la universidad.

Aquí, sin embargo, existe también un nosotros colectivo que agrupa las voces, cacofónicas, de los que redactamos, ideamos o apoyamos de cierta manera la formación de este documento sacrílego. No existe propósito alguno para redactar y publicar este texto, es la flatulencia que se escapa, en el momento preciso que debe escaparse y lo hace porque le es necesario salir. No buscamos remover ni revolucionar la atmósfera literaria de nadie; pensamos revolcarla, revolcarnos con ella y revolcarlos entre ellos.

Buscamos, entre otras cosas, difundir la verdad; no porque seamos unos mártires prometéicos que deseen dar luz a una nueva literatura o humanidad. Simplemente nos divierte quitar la venda de los ojos de los asistentes al banquete social y cultural que llamamos México, para que vean que aquel festín no era más que mierda bien condimentada. Ahí podremos reír todos juntos y esa carcajada resonará hasta las entrañas de la pútrida ilusión en la que estamos sumidos.

De tal manera, aquí nadie se hará responsable de lo que se diga, como nadie se adjudica el pedo, esplendorosamente hediondo, con orgullo. Quizá nos miraremos entre nosotros, conteniendo una carcajadilla y le echaremos la culpa a quien menos la tiene.

Obviamente estamos en desacuerdo, algunos de nosotros, con muchas de las cosas que aquí se dicen, pero hemos de decirlo todo y cada quien actuará de acuerdo a su nos. Citaremos las sagradas escrituras: “El que tenga oídos para oír pues que se los corte, ya que no hay nada nuevo bajo el sol, y la montaña no se mueve; estás en drogas”.  Alabado sea el señor, el señor del bar al que normalmente atendemos.  Haremos lo de Wittgenstein y la escalera.

Hemos de decir, o esta vez lo diré yo con mi nos, que somos fervientes practicantes del culto al cuerpo, al dios alcohol, en cualquiera de las transfiguraciones con que se revele y nos bendiga, y a las mujeres y hombres que nos alimenten de historias. Los vicios y la porquería son nuestros sacramentos. Todos los días despertamos con deseos de morir, y cuando hayamos muerto que se diga que fue un suicidio. Día con día nos levantamos, trabajamos, fumamos, hacemos la plática inocua con el de siempre, bebemos, defecamos y fornicamos, bueno eso último no todos los días, por desgracia. Que no se diga que no nos esforzamos en morir; cada día es un intento de suicidio… quien viva en este siglo, o lo sabe o juega a que la luna es de queso.

Podrían llamarle a eso, ustedes, la otredad, hedonismo. Nosotros y yo en especial le llamo edonismo, del latín edere: comer; por la cantidad de mierda que devoramos, y gustosos. A lo suyo le llamo hediondismo, por todo el hedor que emiten, respiran y se fuerzan a tolerar, eso sí, sin gusto alguno. Volvemos a las flatulencias; todos nos tiramos varias todos los días pero eso no disminuye el asco que nos dan las de los demás.

Somos la generación perdida, la que se queda ansiosa de guerras y conflictos a los cuales poder achacarles el dolor que nos mueve. El angst que nos vino de la nada, quizá heredado, y que nos lleva a vivir en las alcantarillas y debajo de los puentes, con una aguja en el brazo y una buena dosis de internet. Yo me drogo desde niño. Comencé con la televisión, luego vino la música y al final llegué a la computadora; a Facebook, a Twitter, a Snapchat… y un día en una sobredosis de irrealismo intenté el suicidio: cancelé todas y cada una de las cuentas. Es verdad, cuando desperté, al principio sentí un vacío, de no poder comunicarle a mis followers que estaba vivo… como si les fuera a importar.

Somos la generación de las máquinas descompuestas a las que les gusta estarlo. Buscamos pretextos que justifiquen el dolor existencial que nos acecha. Subestimados siempre por las generaciones anteriores que encontraron en la pobreza y en las guerras la grandeza del cataclismo. Nosotros nos hemos dado cuenta de que sin el cataclismo el dolor persiste, y no tiene sentido alguno. La vida sigue siendo gris y la gente sigue muriendo aunque no haya peste. Queremos un pretexto para hacer arte, una colisión social, la vuelta inminente del ultraderechismo, la disgregación racial y de género; la violencia, la anhelamos, la vemos donde no está.

Todo acto humano es un intento de suicidio, inconsciente, un intento desesperado de herirnos y sufrir, para darle a la vida un sentido con ese dolor. Nosotros sabemos que no. La mierda es mierda, y no, no te acostumbras a ella, ni sabe bien, pero puedes cerrar la boca y morir de hambre. Miren a los niños de la trata de blancas, a las prostitutas de 10 años a quienes les inyectan heroína, los niños que mueren intentando perseguir el sueño migratorio, los otros más que se unen al crimen y se pierden en la verdad. Contemplen todo eso, léanlo, no a Kundera, ni a Kant; esas son las verdaderas obras de arte de nuestro tiempo, con una técnica cada vez más estrepitosamente cuidada. Esos ya por sí solos son un manifiesto, son El Capital, la dialéctica y un Cezanne.

Hemos santificado a los hijos de la calle, a los residuos de nuestra máquina. Así, santos, ídolos, se convierten en estadísticas, en inalcanzables, irreales… mitos. Vean como sangra su Cristo en la cruz, o su Buda en su periodo de asceta y luego vean al niño oaxaqueño de 5 años, que vendieron sus padres a un pervertido, ser violado una y otra vez, hasta que es demasiado viejo (15 años), adicto, no resiste más y muere. ¿No es ese un sacrificio más sagrado? ¿No merece más un templo? Al pobre Cristo no le quedó sangre cuando le perforaron el costado; salió agua. A nuestra ciudad, a nuestro mundo aún le queda mucha sangre, mucha mierda y mucha pus que supurar en este tormento que al parecer no termina.

Nosotros no buscamos alentar al suicidio colectivo, aunque sí reconocemos, desde un punto de vista evolutivo, que todo aquel gran simio que se encuentre frente a las cuestiones del nihilismo y el existencialismo y vea que no hay solución absoluta posible, termine con su vida. De esta manera sobrevivirá la especie, con aquellos miembros de ella que no se preocupen por dichas interrogantes. El suicidio es, en el caso de la autoconsciencia sobredesarrollada, como mecanismo evolutivo, la única manera de preservar la vida.

¿Cuál es el propósito de nuestro manifiesto? No lo tiene, no es el nacer de un movimiento, ni social ni literario; no aprobamos las etiquetas, ni siquiera aquellas cuya etiqueta es ser la de no ser una. Instamos a los que nos lean y quieran unirse a dejar atrás toda comodidad absurda y toda coherencia, pues una vez que todos veamos, todos podremos construir un presente que al menos nos proporcione una vida con equidad de oportunidades y que pueda considerarse digna. Somos los peores pesimistas, pues citando a Sabato: “los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión.”

Escuchen jazz, el jazz mata, el jazz transgrede.

Buscamos la transgresión de todos los valores morales, pues vienen de un individualismo egocéntrico en el que la convivencia se ve como un mal necesario. Sabotaje a todas las reglas impuestas. Se ha construido un edificio sobre el esqueleto del miedo y el poder. Debe abolirse el poder, volvamos al paleolítico, época tan avanzada. Que los hijos sean hijos de todos y las parejas dejen de ser sinónimo de privatización del amor y el cuerpo. Veamos a nuestros primos Bonobos y veamos que es posible tal grado de civilización. Quitemos los valores morales, instauremos y enseñemos el sentido de comunidad, que con eso no será necesaria una justicia punitiva, sino una preventiva, ni un estado, tan ajeno ya a nosotros, que la administre, sino la comunidad.

Quien vive en este siglo, sabiéndolo o no, está inmerso en un escepticismo, nihilismo. Entiéndase lo primero, no como lo definió el gran médico empírico griego, sino como lo acuñó el onanista alemán de la trascendencia; en cuanto a lo segundo, se ha dicho que Nietzsche nos dejó sin conceptos del acto, pero en realidad es la física cuántica la que, con sus descubrimientos cotidianos sobre el desconocimiento de la realidad, nos tienen aturdidos.

Quien vive en este siglo, sabiéndolo o no, está inmerso en un escepticismo, un nihilismo. Entiéndase lo segundo, no como lo definió el gran maestro Eckhart, sino como lo mal entendió el dueto francés de la segunda guerra mundial; de lo primero se ha dicho que Hume y los analíticos nos dejaron sin causas, pero en realidad fueron los pirrónicos y académicos los que, con la suspensión del juicio, al momento, nos tiene acorralados.

Quien vive en este siglo,

y lo ignora,

está inmerso en un escepticismo, un nihilismo,

claustrofobia.  

Quien vive en este siglo,

y lo sabe,

está inmerso en un escepticismo, un nihilismo,

vértigo.

Sépase cuanto antes, que con nosotros aplica una especie de principio de incertidumbre. En nuestro caso la posición y la consciencia no son variables conjugadas; sabemos dónde estamos pero no sabemos quiénes somos, o sabemos quiénes somos pero no dónde estamos. Tocando el tema, entre nosotros habemos un par de científicos, que como las partículas, a veces nos comportamos como tal y a veces no; en ocasiones renegamos de la ciencia (y ésta de nosotros) y en otras nacimos para calcular Hamiltonianos. Desde este frente atacaremos divulgando, como el santo señor en el sermón del monte, compartiendo las verdades universales como panes y peces (eso es porque en realidad sabemos pocas, pero las haremos parecer muchísimas). Dejaremos que la ciencia ficción nos lleve allá a donde no nos ha llevado el tren de la realidad, cualquier tipo de ficción.  Ensayaremos pensar ensayando.

En nuestras filas hay también estudiosos de las lenguas y la historia, estetas y filólogos. Lo que compartimos todos es la filosofía. Desgraciadamente en el grupo no hay ninguna Sofía, que de haber sido así, ya nos la habríamos tirado todes (por eso de la discusión lingüística sobre el género). Todos somos filósofos; no como lo dicta la academia, lo cual es excelente, con su eterna lucha entre posmodernos y analíticos, sino como lo dicta la etimología y la ontología; entre algunas de nuestras filias, está la filia a Sofía; estamos sedientos de aprender. Esperemos también que haya poesía viva, de esa que mata.

Estamos en el ombligo de una puta, la región más transparente, la que aún vejada se mantiene casi siempre inocente y no conoce de lo que pasa arriba o abajo. Estamos así, sumidos en un agujero infinito que nos parece pequeño, y nos cae pelusa y nos recuerda la nostalgia del origen. Ese vacío existe porque ya no está, ni volverá a estar, la razón de que seamos.

¿Quién vive en este siglo?

¿Alguien lo sabe, lo ignora?

Un escepticismo, un nihilismo, están inmersos en él.

Pánico.

Nadia

Me encantaría confesarme ante ti, a quien más le hice daño. Quizá no te acuerdes ya de mí, que en mi fugaz tormento te abracé en la oscuridad y la lluvia.

A ti que te dejé morir, quemarte viva en mi ardor egoísta. Aquí estoy, sólo y descalzo en medio de la nada; queriendo escapar de la vida que me persigue: una larga sombra que me rasguña y me encadena al cuello de la muerte.

En medio del frío quiero rogarte; quizá me escuches después de todo. Ya no soy… nunca fui… nunca te merecí. Y hoy, con los pies llenos de tierra y la boca seca, trato de suplicar. No pido nada, más que una voz. Una voz en medio de la noche. Un abrazo sonoro que me pinte el camino a la cordura, La Paz y el silencio. Pido un suspiro que me tome y me arrulle suavemente hasta la despedida.

Como un niño que llora, así añoro el aroma de un cuento y una cama. Añoro la caricia del oráculo, el hechizo de la pitonisa.

No pido más que una voz y cuento. El que fuese. Nadia, a ti te lo pido. Con tu voz que rompí y arrebaté del mundo. Discúlpame. Jamás debí pedirte que me sostuvieras cuando no tenía nada que ofrecer a cambio.

Necesito un cuento para dormir. Necesito… necesito….

Sigo siendo El Niño que teme a la oscuridad. Es entonces cuando se cierran los ojos y en silencio, se obliga al confrontamiento. Yo siempre habré de perder.

De un lago escondido

Gusano que vaga,

largo, por dentro,

de la carne rota,

de mi ciudad podrida.

Defecando gente

mientras viaja.

Incesante Sísifo,

que no llega a sitio alguno.

Devora y ronda

el cadáver

De lo que hoy

Es ruina.

Duerme bajo tus pies,

Una ciudad perdida,

Y en tu vientre interminable,

Se recuestan los huesos del pasado.

¡Oh necrópolis bendita!

Prometeo de piedra y lava,

Que día con día te arrancas las entrañas,

Para que cada noche vuelvan cansados a la cama.

Megalomaniaca megalópolis.

El ombligo de otro mundo,

Tallada sobre el humo y la ceniza,

De la hoguera que arde día con día.

Camina sin cesar

Hacía El Progreso.

Castigo divino

Ante el que caes ciega.

Llega al andén de salida,

El inicio de la misma jornada.

La roca que cae eternamente,

La inexistente cima.

Hechizo surreal de Luna,

Espejismo de la civilización;

Lléname los pulmones

Con la insaciable sed del mañana.

¡Oh Ciudad de la esperanza!

De la esperanza

De tener qué comer al alba.

De que no se seque la aguja,

Que la vena nos llena de histeria.

Déjame vivirte a prisa,

Déjame beber de prisa,

Que así me olvide,

Que me olvido de vivir.

Hay incienso

Y es sagrado

En las alcantarillas

De tu asfalto estriado.

Eres el templo de la nada,

Y yo, un adicto,

Un devoto,

Que se entrega ante tus plantas.

He confundido,

El murmullo de las aguas,

Con el de tus gritos

Y tus ratas.

Me enamoran

Tus piernas

de acero,

Me seducen

Tus miles de ojos

Que brillan

incansables

En las noches.

¡Oh estandarte fiero!

En el cual todos yacemos

Presos,

Unos sobre otros,

De la lujuria de la libertad.

Hay quien no soporta

El retrato inequívoco

Que eres

De la plaga.

Los demás

te somos fieles;

Triste puta

Del progreso.

Estamos enfermos

De ti

Te llevamos en la piel

Y nos llevas tu

En el cemento.

Eres el único Dios

verdadero,

Al que a diario

Le ruego.

En ti somos

Mártires y santos

Los aciagos hijos

De la calle.

Sepultame

Imperio de tierra

Y pecado.

Masturbate

Con el pasar de tu gente

Sobre tus muslos

Y tus senos.

Mi ciudad es chinampa

Que se hunde

A cada segundo

En sus sueños.

Mi ciudad es un muerto

Que se vende

En sesiones de espiritismo

Que sigue vivo.

¡Oh deliciosa orgía!

Ábreme

Extasiada y lúbrica

Las piernas

Del destino.

Polvo

Ha caído ya

El Telón

La última función

Del viejo.

Todo queda igual

Las sillas rotas

Y el escenario

Polvoso.

Queda atrás el mito

El cielo rojo se rasga

Con la navaja del trueno

Y el hielo que sangra

Un viento que aúlla

Y se deja furibundo

Las hojas caídas

De tu recuerdo malva

Demasiado pesada

Para levantarte

con mi brazo débil

Demasiado pequeña

Para arrancarte entera

de mi vida estéril.

Las nubes rompen

Contra el horizonte

Que cruje

Mientras se desangra

Un latido

Mío, perdido

Pisado yace

En el suelo frío

Un bramido

De auxilio

Golpe seco

De silencio cristalino

Y tú inmutable

Desde la lejanía

Ahí en tu muerte

Eres la misma

Qué fue entonces la vida

El telón cae

Espectáculo asqueroso

De tu boca y la mía

Queda roto el cielo

Y el escenario negro

Polvoso y desierto

la última función del viejo

La canción que se desgarra

Desmembrada a cada instante

La historia anciana

Que el corazón calla.

Neska

Eres la llama transparente,

que asoma

sobre (mí),

la Luna en su destierro.

Pronuncia tu nombre el tiempo

cual invocación lejana.

¿Qué secreto escondes

en la boca, en la mirada?

Con la ventana abierta

Pintas sobre mi pecho

(desnuda) desnudo,

rayo de luz de plata.

Murmullo, caricia, rasguño.

Danzas y cabalgas

la noche, la niebla.

¿Qué conjuro, qué ritual,

es éste que me desatas?

Crecen tu rabia y tu orgía

(Tú, orgía).

El sudor convertido en sangre,

sacrificio, sacrilegio bendito.

Muerdes mi alma, hechizas mi carne.

¿Te conjuré perdido

mujer de mi Apocalipsis?

Me parece primero,

que desde siempre me tuviste,

me deseaste.

Me has robado en una noche

(Mujer pagana)

desnudo y a ti rendido,

si alguna vez fueron mías,

el alma, la mente y la sangre.

Eres la llama transparente,

fuego fatuo en la montaña.

Eres las luces del norte,

la tierra sedienta que brama.

Te riego, Luna y aullido.

Te ruego, aparición de nieve.

Muéstrame el sendero,

tu vientre.

Iníciame en el culto y en tu templo.

Eres la llama transparente,

En ti se bebe el nectar de las flores,

¡Que me ahoguen el diluvio y la tormenta!

Elíxir de la locura…

¡Mi pequeña muerte!