Primer manifiesto del Nihidealismo Mexicano
O
En el ombligo de la Puta
Éste no es un manifiesto. No busca serlo. No busca ser; no es y no busca, pero aquí está; como surge de pronto una flatulencia largo contenida en medio de una reunión importante, para que todos la contemplen, la huelan y puedan deleitarse con el asco que produce. Tenemos mucho que decir, pero no tenemos por qué decirlo, ni para qué. Lo diremos, sin embargo, por una especie de relajación estomacal; por la simpleza de hacerlo. Hemos aguantado y apretado las sienes y los labios ya por mucho tiempo y no tenemos ganas de cagarnos encima; hoy no.
Hablaremos aquí en un plural mayestático absurdo e imperativo, en ocasiones, o en primera persona del singular (imbécil), que somos. Al referirnos al nos, nos referimos a cada uno de nosotros hablando de manera individual, acompañado de su pretencioso ego. Aquí hay un nosotros, que soy yo y mi hambre de parir como ramera un movimiento al que no sé si podré alimentar y ver crecer, y que claramente no irá a la universidad.
Aquí, sin embargo, existe también un nosotros colectivo que agrupa las voces, cacofónicas, de los que redactamos, ideamos o apoyamos de cierta manera la formación de este documento sacrílego. No existe propósito alguno para redactar y publicar este texto, es la flatulencia que se escapa, en el momento preciso que debe escaparse y lo hace porque le es necesario salir. No buscamos remover ni revolucionar la atmósfera literaria de nadie; pensamos revolcarla, revolcarnos con ella y revolcarlos entre ellos.
Buscamos, entre otras cosas, difundir la verdad; no porque seamos unos mártires prometéicos que deseen dar luz a una nueva literatura o humanidad. Simplemente nos divierte quitar la venda de los ojos de los asistentes al banquete social y cultural que llamamos México, para que vean que aquel festín no era más que mierda bien condimentada. Ahí podremos reír todos juntos y esa carcajada resonará hasta las entrañas de la pútrida ilusión en la que estamos sumidos.
De tal manera, aquí nadie se hará responsable de lo que se diga, como nadie se adjudica el pedo, esplendorosamente hediondo, con orgullo. Quizá nos miraremos entre nosotros, conteniendo una carcajadilla y le echaremos la culpa a quien menos la tiene.
Obviamente estamos en desacuerdo, algunos de nosotros, con muchas de las cosas que aquí se dicen, pero hemos de decirlo todo y cada quien actuará de acuerdo a su nos. Citaremos las sagradas escrituras: “El que tenga oídos para oír pues que se los corte, ya que no hay nada nuevo bajo el sol, y la montaña no se mueve; estás en drogas”. Alabado sea el señor, el señor del bar al que normalmente atendemos. Haremos lo de Wittgenstein y la escalera.
Hemos de decir, o esta vez lo diré yo con mi nos, que somos fervientes practicantes del culto al cuerpo, al dios alcohol, en cualquiera de las transfiguraciones con que se revele y nos bendiga, y a las mujeres y hombres que nos alimenten de historias. Los vicios y la porquería son nuestros sacramentos. Todos los días despertamos con deseos de morir, y cuando hayamos muerto que se diga que fue un suicidio. Día con día nos levantamos, trabajamos, fumamos, hacemos la plática inocua con el de siempre, bebemos, defecamos y fornicamos, bueno eso último no todos los días, por desgracia. Que no se diga que no nos esforzamos en morir; cada día es un intento de suicidio… quien viva en este siglo, o lo sabe o juega a que la luna es de queso.
Podrían llamarle a eso, ustedes, la otredad, hedonismo. Nosotros y yo en especial le llamo edonismo, del latín edere: comer; por la cantidad de mierda que devoramos, y gustosos. A lo suyo le llamo hediondismo, por todo el hedor que emiten, respiran y se fuerzan a tolerar, eso sí, sin gusto alguno. Volvemos a las flatulencias; todos nos tiramos varias todos los días pero eso no disminuye el asco que nos dan las de los demás.
Somos la generación perdida, la que se queda ansiosa de guerras y conflictos a los cuales poder achacarles el dolor que nos mueve. El angst que nos vino de la nada, quizá heredado, y que nos lleva a vivir en las alcantarillas y debajo de los puentes, con una aguja en el brazo y una buena dosis de internet. Yo me drogo desde niño. Comencé con la televisión, luego vino la música y al final llegué a la computadora; a Facebook, a Twitter, a Snapchat… y un día en una sobredosis de irrealismo intenté el suicidio: cancelé todas y cada una de las cuentas. Es verdad, cuando desperté, al principio sentí un vacío, de no poder comunicarle a mis followers que estaba vivo… como si les fuera a importar.
Somos la generación de las máquinas descompuestas a las que les gusta estarlo. Buscamos pretextos que justifiquen el dolor existencial que nos acecha. Subestimados siempre por las generaciones anteriores que encontraron en la pobreza y en las guerras la grandeza del cataclismo. Nosotros nos hemos dado cuenta de que sin el cataclismo el dolor persiste, y no tiene sentido alguno. La vida sigue siendo gris y la gente sigue muriendo aunque no haya peste. Queremos un pretexto para hacer arte, una colisión social, la vuelta inminente del ultraderechismo, la disgregación racial y de género; la violencia, la anhelamos, la vemos donde no está.
Todo acto humano es un intento de suicidio, inconsciente, un intento desesperado de herirnos y sufrir, para darle a la vida un sentido con ese dolor. Nosotros sabemos que no. La mierda es mierda, y no, no te acostumbras a ella, ni sabe bien, pero puedes cerrar la boca y morir de hambre. Miren a los niños de la trata de blancas, a las prostitutas de 10 años a quienes les inyectan heroína, los niños que mueren intentando perseguir el sueño migratorio, los otros más que se unen al crimen y se pierden en la verdad. Contemplen todo eso, léanlo, no a Kundera, ni a Kant; esas son las verdaderas obras de arte de nuestro tiempo, con una técnica cada vez más estrepitosamente cuidada. Esos ya por sí solos son un manifiesto, son El Capital, la dialéctica y un Cezanne.
Hemos santificado a los hijos de la calle, a los residuos de nuestra máquina. Así, santos, ídolos, se convierten en estadísticas, en inalcanzables, irreales… mitos. Vean como sangra su Cristo en la cruz, o su Buda en su periodo de asceta y luego vean al niño oaxaqueño de 5 años, que vendieron sus padres a un pervertido, ser violado una y otra vez, hasta que es demasiado viejo (15 años), adicto, no resiste más y muere. ¿No es ese un sacrificio más sagrado? ¿No merece más un templo? Al pobre Cristo no le quedó sangre cuando le perforaron el costado; salió agua. A nuestra ciudad, a nuestro mundo aún le queda mucha sangre, mucha mierda y mucha pus que supurar en este tormento que al parecer no termina.
Nosotros no buscamos alentar al suicidio colectivo, aunque sí reconocemos, desde un punto de vista evolutivo, que todo aquel gran simio que se encuentre frente a las cuestiones del nihilismo y el existencialismo y vea que no hay solución absoluta posible, termine con su vida. De esta manera sobrevivirá la especie, con aquellos miembros de ella que no se preocupen por dichas interrogantes. El suicidio es, en el caso de la autoconsciencia sobredesarrollada, como mecanismo evolutivo, la única manera de preservar la vida.
¿Cuál es el propósito de nuestro manifiesto? No lo tiene, no es el nacer de un movimiento, ni social ni literario; no aprobamos las etiquetas, ni siquiera aquellas cuya etiqueta es ser la de no ser una. Instamos a los que nos lean y quieran unirse a dejar atrás toda comodidad absurda y toda coherencia, pues una vez que todos veamos, todos podremos construir un presente que al menos nos proporcione una vida con equidad de oportunidades y que pueda considerarse digna. Somos los peores pesimistas, pues citando a Sabato: “los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión.”
Escuchen jazz, el jazz mata, el jazz transgrede.
Buscamos la transgresión de todos los valores morales, pues vienen de un individualismo egocéntrico en el que la convivencia se ve como un mal necesario. Sabotaje a todas las reglas impuestas. Se ha construido un edificio sobre el esqueleto del miedo y el poder. Debe abolirse el poder, volvamos al paleolítico, época tan avanzada. Que los hijos sean hijos de todos y las parejas dejen de ser sinónimo de privatización del amor y el cuerpo. Veamos a nuestros primos Bonobos y veamos que es posible tal grado de civilización. Quitemos los valores morales, instauremos y enseñemos el sentido de comunidad, que con eso no será necesaria una justicia punitiva, sino una preventiva, ni un estado, tan ajeno ya a nosotros, que la administre, sino la comunidad.
Quien vive en este siglo, sabiéndolo o no, está inmerso en un escepticismo, nihilismo. Entiéndase lo primero, no como lo definió el gran médico empírico griego, sino como lo acuñó el onanista alemán de la trascendencia; en cuanto a lo segundo, se ha dicho que Nietzsche nos dejó sin conceptos del acto, pero en realidad es la física cuántica la que, con sus descubrimientos cotidianos sobre el desconocimiento de la realidad, nos tienen aturdidos.
Quien vive en este siglo, sabiéndolo o no, está inmerso en un escepticismo, un nihilismo. Entiéndase lo segundo, no como lo definió el gran maestro Eckhart, sino como lo mal entendió el dueto francés de la segunda guerra mundial; de lo primero se ha dicho que Hume y los analíticos nos dejaron sin causas, pero en realidad fueron los pirrónicos y académicos los que, con la suspensión del juicio, al momento, nos tiene acorralados.
Quien vive en este siglo,
y lo ignora,
está inmerso en un escepticismo, un nihilismo,
claustrofobia.
Quien vive en este siglo,
y lo sabe,
está inmerso en un escepticismo, un nihilismo,
vértigo.
Sépase cuanto antes, que con nosotros aplica una especie de principio de incertidumbre. En nuestro caso la posición y la consciencia no son variables conjugadas; sabemos dónde estamos pero no sabemos quiénes somos, o sabemos quiénes somos pero no dónde estamos. Tocando el tema, entre nosotros habemos un par de científicos, que como las partículas, a veces nos comportamos como tal y a veces no; en ocasiones renegamos de la ciencia (y ésta de nosotros) y en otras nacimos para calcular Hamiltonianos. Desde este frente atacaremos divulgando, como el santo señor en el sermón del monte, compartiendo las verdades universales como panes y peces (eso es porque en realidad sabemos pocas, pero las haremos parecer muchísimas). Dejaremos que la ciencia ficción nos lleve allá a donde no nos ha llevado el tren de la realidad, cualquier tipo de ficción. Ensayaremos pensar ensayando.
En nuestras filas hay también estudiosos de las lenguas y la historia, estetas y filólogos. Lo que compartimos todos es la filosofía. Desgraciadamente en el grupo no hay ninguna Sofía, que de haber sido así, ya nos la habríamos tirado todes (por eso de la discusión lingüística sobre el género). Todos somos filósofos; no como lo dicta la academia, lo cual es excelente, con su eterna lucha entre posmodernos y analíticos, sino como lo dicta la etimología y la ontología; entre algunas de nuestras filias, está la filia a Sofía; estamos sedientos de aprender. Esperemos también que haya poesía viva, de esa que mata.
Estamos en el ombligo de una puta, la región más transparente, la que aún vejada se mantiene casi siempre inocente y no conoce de lo que pasa arriba o abajo. Estamos así, sumidos en un agujero infinito que nos parece pequeño, y nos cae pelusa y nos recuerda la nostalgia del origen. Ese vacío existe porque ya no está, ni volverá a estar, la razón de que seamos.
¿Quién vive en este siglo?
¿Alguien lo sabe, lo ignora?
Un escepticismo, un nihilismo, están inmersos en él.
Pánico.